martes, 11 de noviembre de 2025

PARKWAY DRIVE+THY ART IS MURDER+THE AMITY AFFLICTION-SANT JORDI CLUB-BCN-2-NOV-2025


No puede haber discusión posible. Cada generación tiene sus héroes, y cada estilo sus bandas punteras y referentes indiscutibles. En ocasiones si uno quiere llegar al estrellato no basta únicamente con presentar un puñado de buenas composiciones, ni tampoco con el apoyo de los medios y un sello importante. A veces hay que poner toda la carne en el asador, -en este caso nunca mejor dicho-, y presentar a los fans tu música con una puesta en escena y un espectáculo que sea impactante y visualmente atractivo. Hace tiempo que Parkway Drive están batallando por ser una de las bandas referentes en cuanto a metalcore se refiere. Los australianos han expandido “sus alas” más allá de las limitaciones propias de los seguidores del estilo para acabar captando la atención de diferentes “clanes” dentro de la amplia y heterogénea comunidad rockera. Avalados por el éxito de su última referencia de estudio “Darker Still” (22), el quinteto de Byron Bay volvía a pisar tierras catalanas para reencontrarse con su cada vez más numerosa, y devota, legión de fieles incondicionales. Para ello la banda hizo escala en el Sant Jordi Club, un emplazamiento que no está  al alcance de muchos artistas. Y  aunque el recinto no llegó a llenarse, sí que acabó registrando una notable entrada.

Para acompañarles en este ambicioso asalto a uno de los templos más emblemáticos de la ciudad condal en cuanto a música en directo se refiere, los australianos contaron con el respaldo de una formación longeva y que goza del indiscutible reconocimiento de los seguidores del estilo, sus compatriotas The Amity Affliction. Como ellos mismos se encargaron de anunciar durante su descarga, Thy Art Is Murder, fueron los encargados de poner la nota de color a la velada, enarbolando sin complejos la bandera del death metal entre dos banda de metalcore. Debido a unos ajustes de última hora en la producción los horarios se retrasaron, con lo que la hora prevista para el inicio de las descargas quedaría fijado finalmente para las 18,45 horas.



Con el nombre de la banda presidiendo el escenario aparecían es escena los miembros de The Amity Affliction. No dispusieron de mucho espacio escénico, quizás por eso delante de la batería colocaron una pequeña tarima que fue donde estuvo anclado, durante prácticamente todo el show, su frontman, Joel Birch. Desde el mismo arranque pudimos comprobar que la descarga del combo de Gympie iba a estar marcada por la bipolaridad de un sonido que alternó fraseos aniquiladores y humeantes con otros desarrollos más pausados e incluso impregnados de esencias altamente melódicas, algo para lo que resultó ifundamental la labor de su nuevo bajista: Jonathan Reeves, que fue quien se encargó de dar la réplica con sus registros limpios a los corrosivos alaridos de Birch en temas como la inicial “Pittsburgh” y “Drag The Lake”.


Otro detalle a destacar fue la iluminación tenue del escenario durante su presentación, algo que casó a la perfección con sus  letras:  crudas, desgarradoras, y que ahondan en los sentimientos más oscuros y sombríos. Así que para algunos escuchar piezas tan intensas y emocionales como “All That I Remember”, que nos dejaba la imagen de Reeves ejerciendo como maestro de ceremonias para que el personal moviera los brazos de lado a lado; o la corrosiva y desgarradora “All My Friends Are Dead”, para la que Joel pidió que el público formara un circle-Pit, fueron una especie de terapia.


Aunque gran parte de los presentes parecía no estar muy familiarizado con el material de The Amity Affliction, y pese a que su frontman, Joel Birch, se mantuvo un tanto distante, lo cierto es que la banda supo como mover al personal  en temas como el imponente “Death’s Hand”, comandado por la arrolladora pegada del batería Joe Longobardi, para posteriormente hacernos transitar por las ambientaciones más introspectivas y, por momentos, tortuosas de “I See Dead People”, -que volvía a provocar carreras frente al escenario-; para acto seguido embarcarnos en los derroteros más ambientales e introspectivos de “It’s Hell Down Here”.


Fue una constante a lo largo de toda la descarga del combo australiano. Muchos fueron los arreglos y pistas que sonaron disparados, para mi gusto demasiados. Sin embargo, muchos sirvieron para dar una mayor paleta de sonoridades a una propuesta muy basada en lo emocional. Así que en esta ocasión las notas del piano y los arreglos de cuerda se encargarían de insuflar ese punto dramático que marcó el arranque de la que a la postre fue la última pieza que nos brindaron: “Soak Me In Bleach”. Seguramente sus seguidores quedaron encantados con la descarga que nos brindó el combo de Gympie. Sin embargo, un servidor quedó algo frío con una propuesta que en algunos momentos sonó algo artificial, y a la que le faltó la “pasión” que creó debía haber aportado Joel Birch.


No tenían por delante una tarea fácil los chicos de Thy Art Is Murder. Su propuesta bastante más agresiva y netamente metalera pocos puntos de conexión tenía con la de The Amity Affliction. Sin embargo, el combo de Sidney apareció en escena muy motivado, con el cuchillo entre los dientes y dispuesto a no hacer prisioneros. Quizás algunos podían tener algún recelo sobre las prestaciones que la banda podría ofrecer con el frontman americano Tyler Miller al frente. Sin embargo, nada más aparecer en escena, embutido en su gorra de baseball, el vocalista se convirtió en el indiscutible  “dueño del cotarro”, ya que no dejó de moverse, animar, e incluso increpar amigablemente al respetable  para que se involucrara al máximo en temas como “Blood Throne” y “Fur And Claw”, que sorprendieron a quienes todavía no les conocían y pasaron, literalmente, por lo alto a los que llegaban preparados y con ganas de correr en círculos frente al escenario.


Y es que la intensidad y la pegada del combo australiano fue absolutamente descomunal. Durante su descarga no hubo tiempo para los pasajes intimistas, ni tampoco para incrustar desarrollos con voces limpias. Ellos llegaban con la consigna clara de mantener en alto el estandarte del death metal, y vaya si lo consiguieron. Ya se encararon de advertirnos la sirenas que precedieron a “Death Squad Anthem”, que esta  no iba a ser una descarga apta para no iniciados. De modo que  un cada vez más concurrido y animado circle-pit se encargó de ratificar que los australianos habían conseguido conectar con el público. No se cortaron, varias fueron las ocasiones en las que Tyler Miller reivindicó a su banda como una de death metal, incluso nos invitó a alzar los cuernos en diferentes ocasiones a lo largo del show. Y es que zarpazos tan hirientes y afilados  como “Join Me In Armageddon” y “Slaves Beyond Death”, sirvieron para que el nivel de intensidad no decreciera en ningún momento.


Aunque en su repertorio de esta noche Thy Art Is Murder no incluyeron ningún representante de lo que fue su ópera prima “The Adversary”, del que en este 2025 se conmemoran sus tres lustros, su set me pareció bastante equilibrado, dando cancha tanto a temas de su más reciente “Godlike”, como a otros que se han convertido ya en imprescindibles para todos sus seguidores. Precisamente el tema que prestaba título a su tercer largo “Holy War”, fue el que hizo que se desatara la euforia definitivamente, con un personal completamente enloquecido mientras Tyler complacido miraba sin dejar de mover el dedo para invitarnos a que no paráramos de correr como posesos.


Igualmente brutales y absolutamente desoladores. Así fue como sonaron los trepanadores y aniquiladores riffs que se encargaron de lanzar esa furibunda embestida death metalera que fue “The Purest Strain Of Hate”. Los tempos marcados y absolutamente rompecuellos se encargarían de flanquearnos el paso hacia una recta final  que estuvo marcada  por otra muestra de su material más reciente en forma de “Keres”. Para dejar que la encargada de darnos la puntilla definitiva fuera “Puppet Master”.


Thy Art Is Murder pasaron como un ciclón por Barcelona. Llegaron, arrasaron con todo a su paso y dejaron tras de si a un público exhausto que les tributó una merecida ovación mientras los músicos saludaban sonrientes y de fondo sonaba “Always Look On The Bright Side Of Life” de Monty Python.



Afortunadamente cada vez se celebran más conciertos de rock y metal. Sin embargo, eso ha acabado propiciando que los shows, especialmente de bandas internacionales, hayan perdido ese aura de acontecimiento especial, único e irrepetible que sí tenían los grandes conciertos durante las décadas de los ochenta y los noventa. Salvo contadas excepciones, ya no se apuesta tanto por esos montajes faraónicos, impactantes, y que acaban cautivando a  los espectadores en forma de recuerdos que difícilmente olvidarán. En cualquier caso, bien entrado este tercer milenio y alejándonos de los “nombres tótem”, sigue habiendo bandas con ganas de seguir creciendo, postulándose como los que tienen que recoger el testigo para llevar la antorcha del metal, el rock, o como quieras llamarlo, a las nuevas generaciones. Y sin duda Parkway Drive en esta visita a la ciudad condal liderando su propia gira demostraron la ambición, la actitud y la entrega necesarias para conseguirlo.


Quienes les vieron en su anterior incursión en  tierras catalanas, ya dieron buena cuenta de lo que apuntaban los australianos. No obstante, un servidor que no pudo verlos en aquella ocasión, quedó gratamente sorprendido y, porque no decirlo, hasta sobrepasado con un apabullante espectáculo que incluyó: fuego a discreción, -tanto en columnas como en lanzas-, un vistoso montaje escénico, que fue variando según las necesidades del show, e incluso una batería giratoria en llamas. Tampoco faltó un sonido apabullante y un juego de luces de lo más espectacular que hemos visto en los últimos años por aquí. Además, también tuvimos una sección de cuerda, bailarines que realizaron diferentes coreografías, varios cambios de vestuario, lluvia sobre el escenario…, en definitiva, que Parkway Drive metieron toda la carne en el asador para firmar el que sin duda será uno de los conciertos de este 2025.


La descarga de los australianos estuvo repleta de sorpresas, desde el mismo arranque. Desmarcándose de lo que suele ser habitual, los músicos no aparecieron sobre el escenario.  Accedieron al mismo recorriendo todo el local, precedidos de unos abanderados que les abrían paso entre sus fans mientras les saludaban y  aclamaban. Otro detalle que llamó la atención fue lo avanzada que estaba posicionada la batería de Ben Gordon, y que el resto de la banda se mantuvo durante la inicial “Carrion”, muy unida, orbitando sobre la misma, como si de alguna forma estuvieran intentando reproducir el ambiente, la cercanía  y la intensidad propia de un pequeño club, cimentando  su demencial ataque en la rotundidad de unas guitarras que sonaron incisivas y asesinas. Sin embargo, el centro de todas las miradas fue Winston McCall, quien apareció en escena vestido con ropa deportiva y de impoluto blanco para conectar con unos seguidores que no vacilaron a la hora de saltar y cantar siguiendo sus indicaciones durante “Prey”, todo un derroche de furia y adrenalina, tanto encima como abajo del escenario que, de alguna forma, nos anunciaba que la velada iba a ser intensa, emocionante y arrolladora.


La fiesta no había hecho más que empezar. Así que tras recabar la primera gran ovación de la noche los miembros de la banda se dieron la vuelta, dando la espalda al respetable, para observar como ante sus ojos, y los nuestros, se abría un inmenso escenario en el que la batería se posicionó en uno de los lados, mientras que una gran tarima trasera fue el lugar en el que permaneció la mayor parte del tiempo el bajista Jia O’ Connor. Recuperando esa euforia propia del inicio de los conciertos, la banda volvería a poner el recinto literalmente patas arriba con el primer guiño que se permitieron al material contenido en “Darker Still”, dando buena cuenta de “Glitch”, que arrancaba acompañada de la aparición de unos monjes mientras el fuego y las explosiones hacían subir aún más la euforia desmedida de sus entregados seguidores. Como no podía ser de otra forma, el recibimiento fue apoteósico. Así que entre sonrisas y saludos, Winston McCall nos daba la bienvenida al show. La cosa había arrancado muy fuerte, pero lo más curioso fue que los australianos consiguieron mantener ese clímax durante todo el show. Poco importó que “Sacred”, no tuviera tanto recorrido como los temas que habían sonado hasta el momento, ya que las lanzas y las lenguas de fuego, entre las se movió con soltura el frontman, hicieron que el nivel de excitación no decreciera ni un ápice.


Con la pista ya caldeada, casi  tanto como lo estaba el escenario, Winston decidió desprenderse de su chaqueta antes de invitarnos a calentar nuestras gargantas durante los prolegómenos de “Vice Grip”, poniéndonos a todos a saltar mientras la guitarra  netamente metalera de  Jeff Ling hacía las delicias de gran parte de los  presentes. A estas alturas del show, viendo con la pasión que el público estaba aclamando a la banda, quedaba claro que el quinteto había conseguido con su explosivo arranque meterse al personal en el bolsillo. No obstante, lejos de relajarse, Parkway Drive siguieron dando argumentos al respetable para que se entregara al máximo, y fue precisamente la cambiante y camaleónica “Horizons”, con la quisieron echar la vista atrás para recordar lo que fueron sus primeros tiempos.


Indudablemente, fue uno de los momentos de la noche. Tras permanecer el escenario completamente a oscuras durante unos segundos, unos monjes aparecieron rodeando el pie de micro central, creando una ambientación ritualista, que hizo que durante los compases iniciales de “Cemetery Bloom”, nadie apartara la mirada del escenario, y más aún cuando la banda arrancó el tema precedido de unas explosiones para poner a todo el auditorio a botar como si no hubiera mañana. Una nueva mirada sobre “Reverence” serviría como excusa para recuperar la implacable “The Void”, que arrancaba con una nueva ración de fuegos artificiales para acabar convirtiéndose en una de las más coreadas de toda la velada.


Quedaba claro que la banda había utilizado  la primera parte del show para sacar a relucir su faceta más directa y visceral. Mientras que fue durante esta parte intermedia cuando se concentraron en sus temas más emocionales, apostando para ello por unas trabajadas puestas en escena que ayudaron a potenciar, aún más si cabe, su carga emocional. Así que si en principio “Wishing Wells”, tendría que haber servido para que pudiéramos recobrar el aliento, no fue así.  Durante su desarrollon Winston tuvo que soportar el aguacero que le cayó encima mientras nos emocionaba con su sentida interpretación. Nuevamente todo el recinto volvería a quedarse sumido en la más absoluta penumbra hasta que al encenderse un foco pudimos discernir la figura del vocalista  entre el público, hacia la mitad del recinto. Fue precisamente desde allí desde donde inició la demoledora y crujiente “Dark Days”, provocando que el circle-pit que se montó a su alrededor fuera cada vez más rápido y tumultuoso. Por supuesto que otro de los momentos de la noche, concretamente el de  Jeff Ling, llegó durante el demoledor  solo que se marcó en  “Idols And Anchors”.


Lo único que le faltaba a la velada  para ser redonda era un toque de elegancia y distinción.  Así que   un trío femenino de cuerda salió a escena para hacer que “Chronos”, dejara patente que la banda no se pone límites  a la hora de evolucionar e incluir nuevos elementos en sus directos. La estampa de los teléfonos iluminando el recinto crearía un marco especial e irrepetible para la sibilina “Darker Still”, con la sección de cuerda todavía sobre el escenario. Con el personal coreando el nombre de la banda tocaba encarar la recta final del show.  Para poner el punto y seguido a la descarga el combo australiano  volvería a recuperar todo su vigor y energía para azotarnos inmisericordemnte con “Bottom Feeder”.


Los bises arrancaban con dos bailarines danzando al  ritmo que marcaba la batería de Ben Gordon, antes de que esta se encendiera y empezara a dar vuelta provocando la sorpresa y admiración de todos los presentes. Con el fuego devorando el escenario arrancaba el ritmo machacón y por momentos marcial de “Crushed”, que con Winston a pecho descubierto se mostraba oscuro y amenazante antes de hacer explotar al auditorio. Había llegado el momento de la despedida. Pero antes de abandonar las tablas el quinteto todavía tuvo ocasión de hacernos cantar, una vez más, en este caso la inconfundible melodía de “Wild Eyes”.


Ante un público rendido Parkway Drive abandonaron el escenario del Sant Jordi Club sabiéndose indiscutibles triunfadores. Les ha costado llegar hasta aquí. Han tenido que luchar contra críticas y , en algunos casos, contra la incomprensión de muchos que no creyeron en su potencial. Sea como fuera, Parkway Drive se reivindicaron esta noche en Barcelona como una de las banda de metal más en forma y espectaculares del momento.






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